Una familia de superhéroes retirados se ve forzada a actuar de nuevo para salvar el mundo.
The Incredibles (Brad Bird, 2004) Los increíbles – Tráiler YouTube
Oscar 2004 (mejor film de animación). De la factoría Pixar.
En todo largometraje de los estudios de animación Pixar, el equipo creativo suele marcarse un gran reto cualitativo, en búsqueda de una innovación técnica para representar y animar esos imposibles en el marco de la animación CGI. En Monsters Inc (2001), por ejemplo, el reto era la texturización y representación del pelaje; en Finding Nemo (2003), el diseño del comportamiento físico de los fluidos y el agua del océano; mientras que en Ratatouille (2007), lo fue la fiel reproducción del comportamiento animal de los roedores de las alcantarillas, las ratas.
En The Incredibles, el desafío no es solamente cualitativo -y pienso en la articulación visual de superpoderes como elasticidad, rayos de hielo o supervelocidad- sino también cuantitativo. Según sus creadores, se diseñaron más de 130 escenarios diferentes para el filme -una hazaña que Pixar tiene que superar aún-, a los que hay que sumar unas 180 configuraciones de iluminación. Un proyecto ambicioso pero coherente si consideramos el complejo y estratificado discurso que propone Brad Bird sobre la figura y la épica del superhéroe posmoderno. Todo ello, bajo el prisma de la presión social y la problemática familiar.
La película recoje el testimonio de autores de referencia del cómic como Alan Moore, Grant Morrison y Mark Millar: todos ellos han explorado la representación del post superhéroe. Es decir, el superhéroe en declive, cuestionado por la misma sociedad que lo acoje, oprimido por leyes gubernamentales -como en la Civil War de Millar- y el paradigma familiar del American Way of Life, que todavía persiste.
De hecho, The Incredibles es un claro deudor de Watchmen, pues comparten un mismo punto de partida: la poética de la nostalgia y la pátina, un pasado esplendoroso en el que los superhéroes eran queridos y reconocidos socialmente. Si en Watchmen, ese tiempo pretérito se corresponde al auge de los Minutemen, la primera generación de superhéroes; en The Incredibles es esa añorada época dorada de los súpers, que Robert Parr revisita religiosamente en su mausoleo secreto. De este modo, el objetivo de la narración responde a esa recuperación de un tiempo perdido y un modo vital olvidado y su posterior reafirmación en el contexto socio-político de hoy. La necesidad de recuperar la figura del superhéroe en los tiempos modernos.
El discurso de Bird, en ese sentido, es espeluznante, y a su vez, completamente moderno. Uno extrae una concepción profundamente cáustica de la familia, como estructura social en relación al American Way of Life que anula al individuo y sus ilusiones. Todo el filme gira en torno a esta pugna entre lo maravilloso y lo terrenal, entre lo pasado y lo presente. El triumfo recae en el equilibrio: un concepto tan poco americano, que convierte a Bird en uno de esos autores de retaguardia, ocultos bajo parámetros industriales de público abiertamente familiar, que hay que seguir con suma atención y devoción. Y dicha hazaña va mucho más allá que cualquier avance técnico que se precie.
En todo largometraje de los estudios de animación Pixar, el equipo creativo suele marcarse un gran reto cualitativo, en búsqueda de una innovación técnica para representar y animar esos imposibles en el marco de la animación CGI. En Monsters Inc (2001), por ejemplo, el reto era la texturización y representación del pelaje; en Finding Nemo (2003), el diseño del comportamiento físico de los fluidos y el agua del océano; mientras que en Ratatouille (2007), lo fue la fiel reproducción del comportamiento animal de los roedores de las alcantarillas, las ratas.
En The Incredibles, el desafío no es solamente cualitativo -y pienso en la articulación visual de superpoderes como elasticidad, rayos de hielo o supervelocidad- sino también cuantitativo. Según sus creadores, se diseñaron más de 130 escenarios diferentes para el filme -una hazaña que Pixar tiene que superar aún-, a los que hay que sumar unas 180 configuraciones de iluminación. Un proyecto ambicioso pero coherente si consideramos el complejo y estratificado discurso que propone Brad Bird sobre la figura y la épica del superhéroe posmoderno. Todo ello, bajo el prisma de la presión social y la problemática familiar.
La película recoje el testimonio de autores de referencia del cómic como Alan Moore, Grant Morrison y Mark Millar: todos ellos han explorado la representación del post superhéroe. Es decir, el superhéroe en declive, cuestionado por la misma sociedad que lo acoje, oprimido por leyes gubernamentales -como en la Civil War de Millar- y el paradigma familiar del American Way of Life, que todavía persiste.
De hecho, The Incredibles es un claro deudor de Watchmen, pues comparten un mismo punto de partida: la poética de la nostalgia y la pátina, un pasado esplendoroso en el que los superhéroes eran queridos y reconocidos socialmente. Si en Watchmen, ese tiempo pretérito se corresponde al auge de los Minutemen, la primera generación de superhéroes; en The Incredibles es esa añorada época dorada de los súpers, que Robert Parr revisita religiosamente en su mausoleo secreto. De este modo, el objetivo de la narración responde a esa recuperación de un tiempo perdido y un modo vital olvidado y su posterior reafirmación en el contexto socio-político de hoy. La necesidad de recuperar la figura del superhéroe en los tiempos modernos.
El discurso de Bird, en ese sentido, es espeluznante, y a su vez, completamente moderno. Uno extrae una concepción profundamente cáustica de la familia, como estructura social en relación al American Way of Life que anula al individuo y sus ilusiones. Todo el filme gira en torno a esta pugna entre lo maravilloso y lo terrenal, entre lo pasado y lo presente. El triumfo recae en el equilibrio: un concepto tan poco americano, que convierte a Bird en uno de esos autores de retaguardia, ocultos bajo parámetros industriales de público abiertamente familiar, que hay que seguir con suma atención y devoción. Y dicha hazaña va mucho más allá que cualquier avance técnico que se precie.
Xavier Manuel
junio 2009