En una opresiva fábrica hay quien, inocentemente, desafía el orden establecido.
The Hit (Jordi Moragues, 1992) YouTube
Trabajo final de estudios del Máster de Animación por Ordenador y Síntesis de Imágenes (MAISCA) de la Universidad de las Islas Baleares.
“La inocencia es encantadora, refrescante y transitoria”, con está cita más bien hecha a medida que encontrada por casualidad se nos presenta la idea que “The hit” pretende una y otra vez representar: el paso a la madurez. Y digo una y otra vez porqué además de éstas palabras el corto en sí pretende narrarnos de una manera simple y sin sutilezas una historia basada en esto. Además, el propio inicio del corto es un avance a modo de transición por un pasillo que bien podría estar sacado de una película de ficción espacial, hasta llegar a un lugar donde unos martillos pican una y otra vez unas barras de hierro, y al que echándole imaginación podríamos llamar fábrica. Es curioso porqué el tránsito entre los dos espacios que acabo de mencionar nunca se produce; la puerta que los une queda cerrada y hacemos la translación a partir de un golpe de martillo en primer término, que a pesar de todo calificaría de eficiente visualmente y que se convierte en un buen punto de partida musical.
Pero volvamos a la fábrica, donde esos martillos clónicos pican y pican realizando una acción metida de lleno en un bucle interminable al son de una música que roza las mismas características. Y creo que precisamente el término “interminable” califica de un modo muy ajustado toda la secuencia en que los martillos “trabajan”. Seguramente el autor justificaría esto recurriendo a un sentido monótono, adulto, que refuerza aún más la idea que busca transmitir. Pero objetivamente no es más que una cámara viajando una y otra vez de formas distintas sobre una animación con los fotogramas clave repetidos una y otra vez, y a la vez copiados en el mismo sujeto dentro de una cuadriculada parrilla de posiciones. Esto se rompe con la incursión del inocente y diferenciado mazo, que con un aire infantil toca, de manera descoordinada con el audio, una alegre canción hasta que la multitud adulta lo le “obliga” a seguir las normas generales y empezar su trabajo, lo que parece querer expresar esa transición de la que se hizo referencia al inicio.
¿Metáfora de la explotación infantil? No lo creo. A mi parecer solo veo una ambigua intención de hacer una reflexión acerca de la opresión de la sociedad en clave de martillos. Unos martillos que, por otro lado, no nos engañemos, al igual que el resto del corto, tienen una calidad bastante mediocre, con unas animaciones escasamente fluidas y unas texturas muy poco trabajadas.
Marc Terris
junio 2009