Las desventuras de un ratón en la calle… y en un laboratorio.
One Rat Short (Alex Weil, 2006) YouTube
Mejor animación en SIGGRAPH’2006. Producida por Charlex Films.
Las desventuras de un ratón en la calle… y en un laboratorio.
One Rat Short (Alex Weil, 2006) YouTube
Mejor animación en SIGGRAPH’2006. Producida por Charlex Films.
Nueva York: ciudad de las oportunidades, ciudad del sueño americano. Chico conoce a chica, chica rompe con chico y chico recupera a chica. El cine nos ha dejado un legado innumerable de relatos sobre el ideal americano. En cada hogar existe una historia la que contar; cada calle, cada rincón, tiene su propia cicatriz histórica. En una ciudad tan grande cualquier cosa puede suceder. Pero Nueva York también es ciudad de cloacas, de basura, de suciedad y de ratas. Y para una rata, una ciudad así le queda demasiado grande. El cortometraje “One Rat Short” de Alex Weil nos presenta los suburbios más oscuros y sucios de la ciudad y, mediante ese macguffin que es la bolsa de patatas con sabor a queso, llegamos a nuestro personaje principal: una rata. No estamos ante otro “Ratatoille”: quizás en Europa las ratas tengan paladares sensibles a la alta cocina francesa y encuentren su particular armonía en la gran ciudad, pero no. Nueva York no es lugar para una rata.
Nuestro protagonista, famélico y de pelaje oscuro, intenta llegar a una bolsa de patatas que divaga por la ciudad y que se planta ante él, como una inevitable llamada del destino. Pasará por varios de los tejados abandonados y oscuros de un barrio muerto. La rata pertenece a ese mundo, aunque parece no conectar del todo con la realidad que le rodea. Será su incursión accidental en un laboratorio lo que iniciará el punto inflexivo de la historia: su inmersión en este espacio es su entrada a otro mundo, un portal a un universo de ciencia ficción, que le queda tan grande como la propia ciudad que acaba de dejar atrás. Al observar este nuevo mundo, es inevitable pensar y recurrir al referente de ese gran desierto urbano que George Lucas creó en su momento para THX 1138. Si pensamos en el film de Lucas, no resulta tan arriesgado establecer un paralelismo entre el personaje de Robert Duvall con el de la pequeña rata, que se pierde ante ese gran espacio profundamente mecanizado y opresor que es el laboratorio. Los dos personajes, tanto el de Lucas como el de Weil, se encuentran inmersos en este gran desierto vacío, blanco y sobresaturado, donde todos son ratas de laboratorio –en el caso de Weil, literalmente– y todo se rige bajo la lógica matemática del código de barras. Son prisioneros de este infierno controlado por máquinas: donde el ser orgánico ha pasado a ser esclavo del mecánico para cumplir sus propósitos, y en este mundo los sentimientos humanos –o instintos animales– no pueden sobrevivir.
Es el dilema que se plantea en “One Rat Short”, la incursión de esta mancha negra en este universo blanco: una mancha que debe ser integrada o expulsada de este limbo. Cuando el amor entra en juego (llámese amor, puro instinto animal o la necesidad de no afrontar esta realidad solo) tan sólo podemos esperar el desenlace trágico. Weil nos planta esa chispa de esperanza, donde por un momento creemos que las dos ratas conseguirán huir de este universo opresor, pero una vez más, la llamada del destino trágico parece inevitable. Estos personajes están condenados a la soledad, al divagar por sus particulares desiertos: ni la rata de calle puede pertenecer a la vida de laboratorio, ni la de laboratorio a las frías calles de Nueva York. Y allí quedan las ratas, separadas por un muro impuesto por una sociedad incapaz de perdonar diferencias. Ante todo, el verdadero logro de Weil reside en la impecabilidad de la veracidad a nivel técnico –la animación del movimiento preciso de la rata, su apariencia física, hasta el más minucioso movimiento de su pelaje– así como en la capacidad de conectar con las emociones humanas y sensibilidad del espectador, conmovido por la situación de un animal que normalmente puede repelerle. En un mundo ideal uno se lo pensaría dos veces antes de asestar el golpe definitivo a una criatura tan inofensiva.
Marcos Ibáñez
junio 2009