Un robot lucha por construir su identidad. Adaptación del mito de Narciso y alegoría sobre la relación entre las personas y la tecnología.
Doll Face (Andrew Huang, 2005) YouTube
Escrita y producida por Andrew Huang.
Un robot lucha por construir su identidad. Adaptación del mito de Narciso y alegoría sobre la relación entre las personas y la tecnología.
Doll Face (Andrew Huang, 2005) YouTube
Escrita y producida por Andrew Huang.
No hay que ser un genio para percatarse de que la tecnología se ha adueñado de nuestra existencia. Lo que en un principio era simplemente un refuerzo para nuestra vida diaria, ha terminado convirtiéndose en la base de nuestros quehaceres. Y más: los medios de comunicación masiva han alcanzado una cúspide en la que incluso tienen la responsabilidad de determinar aquello en lo que debemos pensar en nuestro día a día, los temas más recurrentes y lo que es interesante. El agenda setting.
El fenómeno no ha quedado reducido a esto, ha ido mucho más allá. Sobre todo a partir del clasicismo hollywoodiense y de la aparición de la televisión, en los medios se ha mostrado el referente a seguir en la vida. Definen las tendencias que sigue el público, pero a su vez también las necesidades que éste debe tener, sus obligaciones y lo que debería desear.
El cortometraje de Andrew Huang no es sino una amplísima metáfora de todo ello.
La muñeca robot descubre su dependencia de la tecnología. Observa con atención lo que aparece en su televisor y adapta su cuerpo en función de los cambios que detecte en lo que se ha marcado como referente, el medio. Aparentemente, esto la lleva a ser más humana, pero Huang establece con su discurso una realidad aterradora: la DollFace se convierte en humana porque los humanos son los que aparecen en televisión, pero eso le hace perder su auténtica condición, la de robot. Bien se puede comprender el símil de modo invertido, puesto que al tomar todos el mismo referente, perdemos la humanidad y nos convertimos en productos fabricados, en humanos-robot, en androides con un falso rostro que intenta emular al de nuestros actores o actrices favoritos.
La televisión va exigiendo más y más a sus espectadores y a sus fanáticos. DollFace se va añadiendo prótesis, tanto en el cuerpo como en su rostro. Es la modificación absoluta del ego en pro del id. Los medios presentan un modelo que requiere un cambio físico. Esto nos remite, evidentemente, a cualquier historia que conozcamos acerca de trastornos alimenticios como anorexia y bulimia –que, a mi entender, eran uno de los temas clave que Huang pretendía tocar en este cortometraje de animación. Pero también podemos hacer otra lectura del asunto, en la que el robot está explicando la necesidad que tiene la gente por poseer miles de gadgets que antes ni hubiese imaginado que acabaría necesitando como si fuesen una pieza básica de su mecanismo, como ha sucedido con los I-Pod y todos los derivados del mp3. En DollFace los ojos son el equivalente, ya que no los tiene en un principio pero después se convierten en una parte importantísima de la muñeca.
Mediante los planos finales, Huang da una última vuelta de tuerca a su narración: cuando DollFace se rompe, el televisor se apaga. La gente depende de los medios, pero la realidad es que los medios también dependen de la gente, de sus espectadores, sin los cuales no tienen cabida en el mundo. Es una relación simbiótica.
Concluye con un último apunte, con la imagen de DollFace muerta dentro de una pantalla. Es el remate del director, en el que explica que los medios, al fin y al cabo, se nutren de historias de gente que dependía de ellos y ha acabado muriendo por ellos, no necesariamente de modo literal.
Marc López
mayo 2009
“[…]Mientras bebe, seducido por la imagen de la belleza contemplada,
Ama una esperanza sin cuerpo; piensa que es un cuerpo lo que es agua.
Queda extasiado ante sí mismo y permanece inmóvil
Como una estatua tallada de mármol […]”
Les Belles Lettres
Narciso amaba su imagen reflejada en el agua. Incapaz de dejar de mirarla, se sumergió en ella y en su lugar creció una hermosa flor.
Ahora, de dentro de una caja, nace otra hermosa flor con cara humana que continúa con este mito. Se trata de una figura orgánica e inorgánica a la vez: por un lado es un robot, una máquina que se mueve por mecanismos rígidos; por otro lado su cara humana, sus extremidades arácnidas y su cuerpo alargado en postura inclinada recuerdan al narciso.
Los anhelos de un robot que quiere parecerse al ser humano, algo todavía inalcanzable. Un televisor le muestra lo que puede llegar a ser, y se maquilla para serlo. Luego se lo muestra otra vez, más perfecto y desde más lejos, y el robot codicioso se maquilla más, pero la máquina sólo llegará a ser eso, un maquillaje del ser humano al que se preludia que nunca podrá alcanzar.
¡Qué paradoja!, los seres de carne y hueso buscamos en las máquinas lo que no podemos lograr: la perfección. El autómata, en cambio, busca ser un ser humano. El robot, entonces, no es perfecto.
Sin embargo, este robot ya piensa, el hecho de desear ya lo hace un poco más humano, así como el hecho de no darse por vencido: un poquito más, un poquito más y… ¡puff! El robot se rompe, se rompe su cara y se parten sus engranajes. Se rompe el ideal de la televisión y, a su vez, se rompe también lo real, el mundo gris que nos mantiene en vida. Nos queda alguien que nos observa, alguien sobrenatural que nos domina, un dios que nos manipula: quizá el Narciso del fondo del estanque.
Anna Martorano
junio 2009