Una experta en fenómenos paranormales y su hija pasan la noche en una casa abandonada habitada por fantasmas, uno de ellos amistoso.
Casper (Brad Silberling, 1995) – Tráiler YouTube
Primer personaje 3D en el cine con emotividad y un papel protagonista (interviene en más de la mitad del film).
Todos sabemos que los fantasmas no existen. Sin embargo, algo ocurrió el 4 de julio de 1995 que nos hizo creer precisamente lo contrario.
Hojas otoñales. Ruido estridente de cuervos. Suelo que cruje. Escaleras rotas. Bombillas que parpadean. Alfombras anticuadas. Estética modernista. Inesperados soplos de aire. Oscuridad. Telarañas. Polvo. Polvo, y más polvo en una mansión lúgubre, espaciosa y desalojada. ¿Desalojada? ¡Buh! Érase una vez un lindo y solitario niño llamado Casper. Pequeño y amistoso, tierno y divertido, redondo y blanco pero, sobre todo, transparente. Porque Casper no es un niño cualquiera; es un fantasma que, a diferencia de sus tres temibles tíos (Látigo, Tufo y Gordi) dispuestos a echar a quien ose entrometerse en su mansión, no pretende asustar sino hacer nuevos amigos. Ni párrocos, ni exterminadores, ni los mismísimos cazafantasmas. Sólo el prestigioso doctor Harvey (contratado por la maligna Carrigan) conseguirá conocerles y conquistar su “corazoncito”, junto a su inseparable hija, la pequeña Kat.
Quince años antes de Avatar, era el momento de soñar con Jurassic Park, la primera entrega de Toy Story o Casper, un filme de alto presupuesto producido en 1995 por Brad Silberling, que revive en imagen real las aventuras del popular personaje del mundo de la animación. Intrigante, triste, perspicaz, cómico, construye una elaborada y conmovedora historia, un cuento con sabor a cenicienta acerca de la muerte y de por qué los fantasmas siguen en este mundo en vez de aventurarse en el más allá.
Sin grandes pretensiones argumentales, es una mágica recreación de la amistad entre dos niños que se encuentran solos. Pero, lejos de convertirse en un drama, golpes de humor visual con disfraces y cuidados efectos especiales (estuvo nominada a los Óscar por ello) enmarcados en decorados magníficos dan un giro a su esencia narrativa. Porque es una película de sentimientos que ofrece un tratamiento didáctico sobre la pérdida y la soledad. Una película de y para padres e hijos que nos regala instantes tiernos. Una película de humor, de amor y de sensibilidad, donde la música (obra de James Horner) estremece dejando fluir las emociones y la nostalgia. Una película de humanos y fantasmas con un final encantadoramente tópico y ñoño que impresiona a pequeños y a mayores de manera sobrenatural.
Se trata, pues, de una divertida simbiosis entre aparatos respiratorios, pellejos o sacos de huesos, y luciérnagas o cabeza globos. Una entrañable prueba a la resistencia de la verosimilitud o un reto a la capacidad de imaginación: personajes de carne y píxel con “asuntos pendientes”, peculiares espectros alargados, gelatinosos, translúcidos, elásticos y fríos, muy fríos, que traspasan las paredes que les separan de los humanos; nos tienden la mano dentro y fuera de la ficción, y nos arrancan inevitables carcajadas, al mismo tiempo que nos hacen llorar.
Una introspección de noventa y seis minutos, la llave del recóndito tesoro de nuestro propio desván: los recuerdos de la infancia. Casper es todo un guiño al entretenimiento familiar que despierta aquel mito fantástico que nos ha visto crecer. ¿Los fantasmas existen? Y, ¿por qué no?
Albada Santamaria
junio 2010