Del bit al robot
El discreto encanto de la computadora

Palabras en la Luna

Neil Armstrong reflejado en la visera de Buzz Aldrin (1969)

      La proeza del Apollo 11 de 1969 ha dado lugar en Estados Unidos a numerosos testimonios y valoraciones, lo que responde a su significación patriótica y política, así como a la extraordinaria movilización humana y económica que implicó. En el proyecto Apollo (1962-1972) participaron unas 400.000 personas, el triple de las que intervinieron en el proyecto Manhattan (1942-1946) para la fabricación de la bomba atómica. La gran mayoría eran científicos y técnicos de la NASA y de las numerosas empresas y universidades que colaboraron, todos ellos altamente motivados por la proclama del presidente Kennedy de 1961 («We choose to go to the Moon!») y la fabulosa inversión económica (el porcentaje anual del gasto público dedicado al Apollo llegó a duplicar el dedicado al proyecto Manhattan).

      Por suerte, la NASA ha puesto a disposición pública una nutrida documentación textual y audiovisual del proyecto, entre ella la relativa al memorable alunizaje. De manera que, puestos a indagar los testimonios personales de aquel proyecto monumental, la insólita experiencia de los paseantes de la Luna resulta particularmente interesante.

      astronautas

      Dadas las grandes incógnitas que se presentaban, al comienzo del proyecto Apollo se consideró enviar a la Luna a prisioneros, después a soldados, médicos, psicólogos… hasta que por fin se optó por pilotos con experiencia de vuelo en condiciones extremas, mejor preparados tanto físicamente para resistir los embates de la gravedad como psicológicamente para resistir los del miedo.

      Entre 1968 y 1972, las diversas expediciones Apollo pusieron en órbita lunar un total de 24 astronautas —todos ellos pilotos expertos— de los cuales 12 llegaron a pisarla. Neil Armstrong y Buzz Aldrin, los dos primeros en hacerlo, han pasado a la historia.

      Armstrong y Aldrin en la cena anterior al lanzamiento

      Armstrong era el único de procedencia civil, los demás eran oficiales de la fuerza aérea o de la marina. Se crió muy cerca de Dayton (Ohio), el pueblo donde los hermanos Wright dieron los primeros pasos en el aire, de manera que soñó volar desde muy joven. Se formó como ingeniero aeronáutico, voló en numerosas misiones civiles y militares, se enroló en la NASA, pilotó las primeras naves Apollo… hasta que pisó la Luna. Convertido en héroe y obligado a otras tareas, desde aquel día dejó de volar en avión, cosa que más adelante lamentaría. «A los pilotos no les gusta especialmente caminar, lo que quieren es volar», dijo, e incluso confesó que nunca había soñado con llegar a la Luna. Puede que Armstrong fuera elegido para la gloria, precisamente, por su actitud distante, especialmente adecuada para una misión tan incierta.

      Aldrin, su compañero de andadura, es otra historia. Formado en la academia militar de West Point con honores, fue piloto de combate en la guerra de Corea y era muy religioso. Entró en el programa Apollo tras varios intentos pues tenía clara su ambición, para ello llegó a obtener un doctorado en mecánica espacial, una formación que, unida a su experiencia en vuelos espaciales, le valió ser seleccionado para pisar la Luna. Aldrin también lamentó la repercusión que tuvo en su vida, pero en su caso no como aviador sino como persona. Eran tipos duros, pero Aldrin lo era menos.

      Durante su estancia en la Luna, casi todos los diálogos entre ellos fueron intercambios de tipo técnico de escaso interés. Destacan los noticiarios que todas las mañanas les resumían desde el centro de control de Houston y sus reacciones ante la atención mundial recibida. Hay, por supuesto, diálogos con familiares y, en particular, con líderes que subrayan la dimensión patriótica de la hazaña. Se dieron algunos momentos emotivos, como cuando fue preciso enderezar la trayectoria de descenso de la cápsula pero, en general, los diálogos son inocuos, incluídas las palabrotas que sueltan los astronautas de vez en cuando, convenientemente censuradas con un pitido si se escucha el audio registrado o tapadas si se lee la transcripción.

      alunizaje

      El Eagle y la sombra de Armstrong sobre el regolito lunar

      A las 20:17 (TU) del 20 de julio de 1969, el módulo Eagle se posó sobre el mar de la Tranquilidad, irónicamente, el lugar donde la Luna la perdió para siempre. Los astronautas esperaron casi cuatro horas antes de abrir la escotilla y salir al exterior. En esa espera, Armstrong no hizo nada relevante, en cambio, Aldrin, presbiteriano practicante, entonó una serie de oraciones hasta tomar pan y vino consagrados previamente en la Tierra, una ceremonia considerada por los religiosos como la primera comunión espacial. Posteriormente, el propio Aldrin lamentaría aquella celebración diciendo «Fuimos allí en nombre de toda la humanidad, sean cristianos, judíos, musulmanes, animistas, agnósticos o ateos».

      A las 02:55 (TU) del 21 de julio, Armstrong descendió torpemente por la escalera del módulo y, tras algún titubeo por la dificultad de moverse embutido en el voluminoso traje espacial (que no pesado, ya que los 80 quilos que pesaba en la Tierra allí eran solo 13) pisó el suelo lunar. Entonces pronunció la frase más famosa de la misión: «That’s one small step for [a] man, and one giant leap for mankind» («Esto es un paso pequeño para [un] hombre, y un gran salto para la humanidad»).


      «That’s one small step for [a] man, and one giant leap for mankind» (Armstrong)

      Lo curioso es que Armstrong no parece pronunciar el artículo [a], de manera que la frase resulta un tanto extraña. La palabra man, sin artículo, equivale en este contexto a mankind y suena redundante. La cuestión ha sido objeto de debate en los Estados Unidos; la última contribución provino de un experto en sonido que, tras un minucioso análisis de la grabación con medios digitales, concluyó que Armstrong, efectivamente, se comió la [a]. La NASA, que en las primeras transcripciones la incluía sin más, acabó poniéndola entre corchetes en todos sus documentos y así, con anécdota incluída, ha pasado a la historia.


      «Magnificient desolation» (Aldrin)

      Tras esperar veinte minutos dentro del módulo recitando algunos salmos, Aldrin descendió por la escalerilla para reunirse con Armstrong. A diferencia de su compañero, Aldrin no pareció tener preparado nada especial para la ocasión, se limitó a expresar «Magnificent desolation» («Magnífica desolación»), las otras palabras de la misión que se han hecho famosas. Aldrin subrayaría más adelante que, mientras Armstrong repetía beautiful (no pronunció otros adjetivos), a él le parecía un lugar más bien extraño y, como dijo, desolador.

      Armstrong y Aldrin pasearon sobre el fino regolito lunar durante unas dos horas y media (pasaron muchas más encerrados en el Eagle) dedicados a recoger muestras de la superficie, realizar algunos experimentos, plantar una bandera, hablar con el presidente Nixon… y conversar con el centro de control. Todo se desarrolló según el programa previsto; tras las primeras impresiones, los dos astronautas se afanaron a seguirlo rigurosamente, sin tiempo para la contemplación, el temor o el júbilo.

      aterrizaje

      El éxito alcanzado y la gran expectación que habían despertado acompañaron a los astronautas con una satisfacción contenida de regreso a la Tierra, cuatro días más tarde. Con la infernal entrada en la atmósfera y el impacto de la cápsula en el océano, una de las fases más arriesgadas de la misión, se iniciaba una nueva vida personal para ambos, convertidos en figuras mundiales.

      En la cuarentena posterior, Armstrong habla con su hijo

      Armstrong nunca asumió bien su condición de héroe nacional, consideraba que el mérito había sido colectivo y era la casualidad lo que le había llevado hasta allí; decía que a las personas se les reconoce por su trabajo diario, no por unos ocasionales «fuegos artificiales». El carácter templado y modesto le acompañó toda su vida, una vida dedicada a promover la exploración espacial y el conocimiento científico. Armstrong, fallecido en 2012, es un personaje que cuenta con una alta estima en la cultura norteamericana tanto espacial como popular.

      Aldrin fue (es) un ciudadano diferente, menos ejemplar. Al poco de la llegada a la Luna, cayó en una fuerte depresión y diversos problemas mentales le obligaron a retirarse de la carrera militar. Desapareció de la escena pública durante años («Nadie se preocupa de las medallas de plata o de bronce», lamentaba) y sucumbió a diversas adicciones. Estuvo incolucrado en algunos incidentes, como cuando agredió a un fanático que le conminaba a jurar ante la Biblia que la llegada a la Luna había sido real. Más adelante, cuando le interpelaban sobre la autenticidad de la llegada —una duda que sorprendentemente continua viva en los Estados Unidos— solía exclamar: «¡Que pregunten a los rusos si llegamos o no!».

      Con el paso de los años, Aldrin recuperó la salud y, a modo de confesión catártica, en 2009 publicó un libro de memorias con el significativo título «Magnífica desolación: el largo viaje a casa desde la Luna». En contraste con su pasado, actualmente Aldrin aparece frecuentemente en los medios, feliz y satisfecho en su papel de (segundo) héroe espacial.

      La dualidad de personalidades de los astronautas ilustra la dualidad humana de la proeza: la razón por un lado, y el arrebato por otro, ambos requeridos —junto a mucho dinero— para llevarla a cabo.

      medio siglo después

      Desde el punto de vista técnico, la llegada a la Luna parece increíble: un teléfono móbil actual tiene una potencia de cálculo unas 100.000 veces superior a la de los sistemas de control del Eagle y del módulo lunar. Armstrong recordaba que se sentía consciente del 50% de probabilidades de un final trágico de la misión. En este sentido, los soviéticos habían preparado un alunizaje similar pero, tras perder la iniciativa, desistieron finalmente de hacerlo por las dificultades técnicas que encontraban. Como suele suceder ante las hazañas pioneras, asombra las limitaciones técnicas que afrontaron.

      Neil Armstrong durante la recepción de un premio (2011)

      El primer paso de Armstrong sobre la Luna fue, efectivamente, un «paso importante para la humanidad». A propósito del cincuentenario, ¿puede hablarse de nuevos pasos de esta importancia?

      Tras unas décadas de desinterés, la Luna ha vuelto a ser objeto de deseo de las agencias espaciales, en particular, de las recién aparecidas en escena: Japón, Canadá, India y, en particular, China, que seguramente volverá a pisarla en una operación cuya repercusión patriótica dejará pequeña la del Apollo 11. Marte es el nuevo objetivo; hasta el momento, del total de 40 misiones enviadas a Marte, 7 han instalado róvers exploradores sobre su suelo, de los cuales 2 continúan caminando sobre él. Sin embargo, la pisada humana tardará en llegar, ya que es un proyecto más complejo y costoso, y plantea riesgos mayores para la supervivencia.

      Así que, por ahora, no puede hablarse de pasos sobre un nuevo objeto espacial. En este medio siglo, los pasos más significativos no se han dado sobre la Luna, sino sobre el regolito del conocimiento.

      Gracias a los avances de los instrumentos de observación, la astronomía y la exploración del espacio han experimentado un progreso extraordinario. El Telescopio Espacial Hubble es uno de las más notables y conocidos, pero hay muchos más telescopios que han multiplicado el conocimiento que se tiene del espacio tanto planetario como interestelar. Gracias a ellos sabemos, por ejemplo, de la existencia de planetas más allá del Sistema Solar (ya se han encontrado más de 4.000) y todo parece indicar que en el Universo hay más planetas que estrellas, con las expectativas de vida extraterrestre que ello despierta.

      Seguramente, el salto cualitativo más importante en la exploración astronómica de este medio siglo es la detección de las ondas gravitacionales, lo que abre un horizonte completamente nuevo para la comprensión del Universo.

      El caso es que todos los descubrimientos de la astronomía contemporánea no se hubieran producido sin la digitalización y sin la capacidad que conlleva de registrar y transformar las imágenes captadas mediante los telescopios —imágenes en todo el espectro electromagnético y ahora en el espectro gravitacional— que constituyen la materia prima de la astronomía. La mediatización de las computadoras en la observación ha provocado un salto adelante tan notable como el que en su época provocó el uso del telescopio. Además, la digitalización ha afectado a todos los órdenes del saber, no solo del astronómico, de manera que, sin duda, supone un «paso importante para la humanidad».

      Buzz Aldrin en una conferencia (2018)

      En cuanto a la «magnífica desolación» referida por Aldrin, la propia digitalización brinda múltiples ejemplos. Gracias a las imágenes de los róvers marcianos, por ejemplo, podemos observar con detalle paisajes aún más desoladores. En lugar del negro impoluto que sirve de fondo al paisaje lunar por la ausencia de atmósfera, en Marte hay una capa letal de polvo amarillento que envuelve una accidentada aridez oxidada. En cuanto a los otros planetas, las sondas enviadas hasta el momento revelan otras fisonomías igualmente inhóspitas y sobrecogedoras.

      Uno de los descubrimientos recientes es la constatación de que todo lo que sabemos del Universo, el tesoro de conocimientos astronómicos acumulados durante siglos y, en particular, en este último medio siglo, se refiere a un solo tipo de materia, la materia tangible que se puede observar gracias a la luz. Esta materia —unos 70.000 trillones (7 x 1022) de estrellas— representa tan solo el 5% del conjunto; el 95% del Universo está compuesto por las llamadas materia y energía oscuras de las que no se sabe nada.

      En tiempos del Apollo, los astrónomos detectaron por primera vez la llamada radiación de fondo de microondas, lo que constituye una confirmación del Big Bang, el estallido que dio origen al Universo hace 13.700 millones años. A lo largo de estas décadas, la teoría se ha consolidado y configura la cosmología más aceptada. Pero la nueva física teórica trabaja con explicaciones de mayor alcance: quizá haya un antes del Big Bang, y puede que el Universo forme parte de un conjunto de universos cada uno de los cuales, como el nuestro, se origina en un Big Bang con unas determinadas leyes físicas que rigen su evolución.

      Como apuntó el filósofo William James a comienzos del siglo pasado: «Puede que estemos en este Universo como los perros y los gatos que se pasean por nuestras casas mirando las habitaciones, los libros, escuchando conversaciones… pero sin tener la menor idea del significado de todo ello».

      Se puede inferir un carácter sobrenatural a tanta magnificiencia desoladora, como hizo Aldrin, pero por más que el encadenamiento de hallazgos no haga otra cosa que revelar nuevas incógnitas, esta no es una opción válida para la ciencia.

      Como personas con una conciencia de la realidad algo superior a la de los perros y los gatos, sabemos que el misterio de misterios del Universo es insondable. Pero también sabemos que por medio de la ciencia —razón y arrebato— está ahí para ser cuestionado, incesantemente.

      Artículo incluído en el libro «50 años de la llegada del hombre a la Luna», Agrupació Astronòmica de Sabadell (2019)