Mensajería espacial
La cuestión «¿estamos solos en el Universo?» ha sido motivo de reflexión y especulación durante siglos. La religión aporta respuestas consoladoras; la ciencia, por ahora, no las tiene, pero las busca. Sigue siendo uno de los grandes enigmas de la humanidad, pero con el avance de la comprensión del Universo y de las tecnologías para explorarlo, las estrategias para la búsqueda de vida extraterrestre se han multiplicado.
Dada la inmensidad del Universo y la diversidad de ambientes que se dan en otros planetas, satélites y cuerpos celestes, desde el punto de vista científico no es probable que la vida sea una evolución de la materia que solo aparece en nuestro planeta; en otras palabras: la vida, tal como la conocemos, podría existir o haber existido en otros mundos.
Se dice que en el Universo hay tantas estrellas como granos de arena en las playas de la Tierra, unos 300 trillones, y se calcula que una de cada cinco estrellas tiene algún planeta a su alrededor. Por consiguiente, ¿cómo no va a haber planetas similares al nuestro orbitando algunas de estas estrellas? Incluso puede que en algunos haya vida ‘inteligente’, en particular, seres capaces de comunicarse a través del espacio.
El formidable reto de encontrar la evidencia científica de vida fuera de la Tierra está servido, y las técnicas para abordarlo, aunque primerizas, son variadas.
planetas
Europa, satélite de Júpiter (sonda Galileo, 1997)
Las grietas de la superfície helada indican la presencia de agua líquida en su interior
Los primeros cuerpos celestes a los que dirigir la búsqueda son nuestros vecinos errantes del Sistema Solar.
La vida pudo aparecer en Marte, ya que en sus polos hay agua helada, y la presencia de agua es un primer indicio. A diferencia de la Luna cuyos polos también contienen hielo, la historia geológica de Marte sugiere que en el pasado hubo condiciones favorables para la vida, una vida que podría haber dejado restos de su devenir.
Actualmente, sobre la superfície de Marte hay diversos róvers que exploran esta posibilidad; en particular, el róver Perseverance de la NASA ha perforado el suelo marciano y ha almacenado muestras del mismo para su posterior envío a la Tierra, una formidable operación NASA/ESA de tres misiones (recogida de estas muestras, puesta en órbita y lanzamiento hacia la Tierra) que dará comienzo, presumiblemente, durante la presente década. El análisis de estas muestras en un laboratorio terrestre podría resultar extraordinariamente revelador de un pasado vivo de Marte.
Europa, uno de los satélites de Júpiter, es otro candidato para albergar vida. Se cree que, bajo su gruesa capa de hielo de unos 20 km de espesor, hay un vasto océano de agua líquida. Este entorno podría albergar vida microbiana, similar a la que se encuentra en ambientes extremos de la Tierra. La misión Europa Clipper de la NASA, de próximo lanzamiento, está destinada a revelar lo que esconde este océano.
Encélado, un satélite de Saturno, también está cubierto por una capa de hielo por la que emergen enormes géiseres de agua que lanzan material al espacio. Hasta el momento, solo la sonda Cassini se ha acercado a este satélite (2009), y no hay prevista ninguna misión para hacerlo de nuevo.
De manera que los mejores candidatos del Sistema Solar para encontrar vida son Marte y Europa; les seguirá Encélado.
exoplanetas
Fotografias de cuatro telescopios del exoplaneta HIP 65426b, a 385 años luz, descubierto en 2017 (ESA)
Más allá del Sistema Solar, la búsqueda de vida se complica enormemente, ya que las distancias dejan de ser humanas. Sin embargo, lo que siempre era una fantasía se hizo realidad en 1995 cuando se descubrió el primer exoplaneta, denominado Dimidium, a unos 50 años luz.
El método principal para buscar exoplanetas consiste en observar la disminución de la luminosidad de una estrella cuando un planeta transita frente a ella. Mediante el Telescopio Espacial Kepler (2009-2018) y a su sucesor, el Telescopio Espacial TESS (2018-?), las detecciones se han multiplicado. Hasta el momento se han descubierto más de 5.600 exoplanetas.
Las primeras formas de vida en la Tierra eran organismos microscópicos que dejaron señales de su presencia —los fósiles— hace unos 3.700 millones de años, por tanto, si la historia geológica de un exoplaneta es similar a la de la Tierra, la probabilidad de encontrar vida en alguna fase evolutiva de esta larga historia es apreciable.
Para que un exoplaneta albergue vida debe encontrarse dentro de la llamada ‘zona habitable’, esto es, en el intervalo de distancias respecto a la estrella madre en el que se da la posibilidad de existencia de agua líquida.
Apenas un 1% de los exoplanetas descubiertos hasta ahora se encuentran en la zona habitable de su estrella y, de estos, unos 30 son rocosos, otro indicador de que podría haber agua líquida en su superfície. En estas rocas, los telescopios intentan encontrar ‘biosignaturas’, esto es, señales de vida orgánica, por ejemplo, una atmósfera con trazas de oxígeno, dióxido de carbono, metano… Hasta el momento, el exoplaneta habitable descubierto más cercano a la Tierra se encuentra a unos 4 años luz, cerca de la estrella Proxima Centauri.
Los asteroides y los cometas son otros cuerpos a los que se dirige la búsqueda, ya que pueden resultar claves para comprender la aparición del agua y de los microorganismos que desencadenan la vida. La última misión con este objetivo fue la sonda Rosetta, lanzada en 2004 por la ESA en dirección al asteroide 67/P, al que llegó en 2016. Un módulo cargado de sensores y expectativas, aterrizó en el cometa con la mala fortuna de hacerlo en un agujero al que apenas llegaba la luz solar; al poco se quedó sin energía con la que alimentar la exploración y todo quedó en nada. Fue una lástima, pero dejó en la astronáutica un rastro de avances notables, como suele ocurrir en todas las misiones espaciales fallidas.
La detección de exoplanetas es una tarea que exige mucha paciencia: es como buscar una aguja en un pajar, pero ahora sabemos cómo detectar el metal.
mensajes de entrada
Buscar vida, por primitiva que sea, es un objetivo, pero buscar vida inteligente y capaz de intercambiar mensajes es otro mucho más problemático. Las tecnologías de la comunicación de la humanidad tienen un siglo de historia, por tanto, la probabilidad de intercomunicación más o menos sincronizada en el tiempo con una civilización como la nuestra es muy baja. La multiplicada incertidumbre de esta búsqueda, sin embargo, no reduce el empeño científico-técnico para intentarla, más bien al contrario.
En este caso, la estrategia consiste en captar la luz más allá de la (reducida) banda del espectro electromagnético que perciben nuestros ojos y los telescopios, la banda óptica.
Las longitudes de onda muy largas, como la radio, atraviesan la mayor parte del material que bloquea la luz en el Universo: polvo, gas, átomos neutros… Mientras que muchas otras longitudes de onda de la luz son absorbidas (o, como dicen los astrónomos, extinguidas) por estas formas de la materia, las ondas de radio son prácticamente transparentes. De manera que, si hay alguien ahí fuera con una tecnología similar a la de los humanos, se supone que, en un afán comunicador parecido, emitirá señales de radio.
El primer proyecto basado en esta suposición fue ‘Search for Extratrrestrial Intelligence’ (SETI), creado en 1971 y dedicado a analizar digitalmente los datos captados por un radiotelescopio del norte de California.
En 1977, un colaborador del SETI fue testigo de una señal singularmente intensa. Tomó una copia impresa de la señal y garabateó ‘Wow!’ en el margen. Aquella señal ha pasado a la historia con este nombre porque, sorprendentemente, es la mejor señal de radio de una fuente extraterrestre artificial jamás detectada. Pese a las múltiples búsquedas que le han seguido, nunca más se ha vuelto a recibir. ¿Era una señal o era un señuelo?
Para multiplicar la capacidad de cálculo del proyecto, a comienzos de los años 2000, se puso en marcha SETI@home, un sistema que permitía a las computadoras personales contribuir al análisis de los datos del SETI. En los tiempos muertos de la computadora y sin interferir en su funcionamiento, un programa especial recibía paquetes de datos, realizaba una serie de cálculos y devolvía los resultados a la sede central, en la Universidad de Berkeley. En la mejor época, SETI@home llegó a formar una comunidad internacional de más de 300.000 personas, toda una experiencia pionera en la compartición de recursos digitales. Tras dos décadas de escucha infructuosa, pero impulsora de diversas investigaciones, en 2020 SET@home dejó de funcionar, ‘hibernado’ según sus responsables.
mensajes de salida
Actualmente, la humanidad emite una infinidad de ondas electromagnéticas —radio, televisión, satélites…— ¿es posible que alguien de ahí fuera las detecte? Pues no, porque estas señales son demasiado débiles; se desvanecen con el cuadrado de la distancia (como la gravedad). Para tener alguna eficacia, la potencia de la señal debe mucho mayor y, además, debe dirigirse hacia un punto determinado del espacio.
Así fue el primer mensaje intencionado que se lanzó al espacio en 1974 desde el radiotelescopio de Arecibo (Puerto Rico). Dirigido al cúmulo estelar M13, a unos 25.000 años luz, contenía una descripción de la humanidad en 1.600 bits (!).
Desde entonces se han enviado más de 50 mensajes hacia las estrellas más próximas (entre 20 y 70 años luz), pero tanto el mensaje de Arecibo como los mensajes que le han seguido no han recibidio ninguna respuesta. Por cierto, algunos científicos consideran que esto es lo mejor que nos puede pasar. La intercomunicación con otra civilización, dicen, es peligrosa si revela la ubicación de nuestro planeta. El astrofísico Stephen Hawking apuntó al respecto: «Deberíamos ser cautelosos. Contactar con una civilización avanzada podría resultar como cuando los nativos americanos se encontraron con Cristóbal Colón. Aquello no les salió nada bien.»
La última estrategia de comunicación con una civilización extraterrestre no tiene como medio la luz, sino los artefactos materiales lanzados al espacio. Se trata de adjuntar a una sonda espacial un recordatorio de su origen.
La primera sonda en hacerlo fue la Pioneer 10 lanzada en 1972; llevaba una placa con un mensaje gráfico representando a la humanidad. El último contacto de la Pioneer 10 con la Tierra tuvo lugar en 2003; actualmente se encuentra a unas 19 horas luz y se dirige a la estrella Aldebaran, en la constelación del Toro, a la que llegará dentro de unos 2 millones de años. Tan improbable es la recogida de la sonda como la interpretación de su mensaje, pero allá va como primer testimonio humano firmado para la eternidad.
Placa de la sonda Pioneer 10 (1973)
Unos años más tarde, las sondas Voyager 1 y 2 saltaron al espacio con un mensaje mucho más elaborado y estampado en un disco de cobre chapado en oro. Como un vinilo de lujo, este ‘Disco de oro’ contiene el audio de saludos en 60 idiomas, música de diferentes culturas y épocas, así como sonidos naturales y artificiales de la Tierra. También contiene diagramas y fotografías digitalizadas que, se supone, una civilización avanzada sabrá visualizar.
La Voyager 1 se encuentra ahora a unas 22 horas luz de la Tierra, de manera que una señal de radio enviada desde nuestro planeta tarda 22 horas en llegar a la sonda, y su respuesta tarda lo mismo en ser captada en la Tierra (la interacción más lenta de la historia). Contra todo pronóstico, la intercomunicación con la Voyager 1 sigue activa, aunque se prevé que, en breve, se interrumpirá definitivamente. En su fabuloso viaje, la sonda ahora navega en la oscuridad del espacio sin ningún destino en particular. La primera estrella que encontrará, dentro de unos 40.000 años, es Gliese 445, ahora en la constelación de la Jirafa.
El Disco de oro de las Voyager dio comienzo a una tradición; actualmente, toda sonda que se precie acarrea un dispositivo —antes analógico, ahora digital— con datos que explican el origen de la nave; se denomina ‘cápsula del tiempo’. Quienquiera que la pille y sepa interpretar el mensaje que contiene, se supone que podría hacerse una idea de su origen y de los seres que la fabricaron.
Una de estas cápsulas, la de la sonda Beresheet promovida por la Agencia Espacial Israelí, lanzada a la Luna en 2019 (aunque terminó estrellándose en ella), ha suscitado recientemente un debate significativo. La cápsula israelita contiene una copia de la Wikipedia en inglés, así como el himno, la bandera, la declaración de independencia del país y una copia de la Torá. No parece, pues, que esta cápsula retenga el espíritu original del Disco de oro, es decir, un mensaje con la humanidad entera como remitente. La cuestión va más allá del ámbito científico-técnico: ¿qué es lo que nos define como colectivo de habitantes de la Tierra?, ¿cómo simbolizar la diversidad de la vida y de la cultura humana?…
pendientes
Secuencia inicial del film ‘Contact’
(Robert Zemeckis, 1997)
La breve historia de la búsqueda de vida extraterrestre ya tiene, pues, sus primeros hitos: el programa SETI (1971), la sonda Voyager (1977) y el primer exoplaneta Diridium (1995).
En la actualidad, la aventura prosigue con más ambición y tecnología que nunca. El aumento progresivo de la sensibilidad de los sensores, junto a la potencia computacional creciente del análisis de datos, han hecho de la búsqueda de vida extraterrestre la especialidad de la exploración espacial —la astrobiología— de progreso más rápido. Las iniciativas proliferan y configuran un futuro prometedor.
Uno de los problemas de la detección de ondas electromagnéticas desde la Tierra es, precisamente, el estrépito electromagnético causado por la humanidad, un ruido que dificulta cada vez más la exploración. Para superar este obstáculo, desde 1970 se han lanzado casi un centenar de telescopios llamados ‘espaciales’, ubicados más allá de la atmósfera, que auscultan casi todas las bandas del espectro.
En esta línea hay proyectos muy osados como, por ejemplo, un radiotelescopio gigantesco embutido en un cráter de la cara oculta de la Lluna, un lugar en donde no llega ningún tipo de luz procedente de la Tierra. La Luna no es un cuerpo celeste candidato para albergar vida, pero con el tiempo adquirirá su papel en esta historia como base de operaciones para búsquedas más profundas del Universo.
Al igual que la llegada a la Luna y a Marte, el tema es objeto de interés más allá de las agencias espaciales públicas. Incluso tiene su gurú, Yuri Milner, un empresario de origen ruso que renunció a su nacionalidad y adoptó la estadounidense como repulsa a Putin. Con una larga experiencia informática iniciada en tiempos de la URSS y un gran éxito posterior en Silicon Valley, Milner patrocina de su bolsillo de megarrico ilustrado iniciativas como ‘Breakthrough Message’ con el propósito, entre otros, de coordinar radiotelescopios de todo el mundo y de auscultar un millón de estrellas próximas a la Tierra a la caza de exoplanetas. El proyecto también promueve la investigación de ‘tecnosignaturas’, es decir, propiedades medibles que impliquen evidencia científica de la presencia actual o pasada de una tecnología.
Aquí va un pronóstico (de cosecha propia) para las próximas dos o tres décadas: se hallarán restos de vida pasada en el planeta Marte, así como indicios biológicos bajo la capa helada del satélite Europa. También se habrán detectado decenas de miles de exoplanetas; la búsqueda se dirigirá hacia algunos parecidos a la Tierra y, a su vez, emisores de biosignaturas. Por su parte, los radiotelescopios terrestres, lunáticos y espaciales darán lugar a unos cuantos Wow!, que obligarán a una reflexión planetaria sobre si respondemos o no. En cuanto a las cápsulas del tiempo, seguirán su periplo en el océano cósmico como botellas mensajeras para inspiración de poetas.
La noticia del descubrimiento de vida extraterrestre tendrá un impacto extraordinario. Una serie de mitos y creencias se desmoronarán como castillos de naipes, tal como ocurrió cuando Galileo Galilei apuntó su telescopio al cielo, o cuando Nicolás Copérnico elaboró la teoría heliocéntrica.
Si hay una inteligencia extraterrestre dispuesta a comunicarse con nosotros, le ofrecemos una manera bien práctica y sencilla de hacerlo. Basta con que escriba un mensaje aquí: Estamos, pues, a la espera…
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El encuentro supondrá un nuevo salto en el conocimiento del Universo, de la naturaleza y de nuestro papel en ella como seres vivos y conscientes. Quizá sea esta la noticia que la humanidad necesita para desterrar para siempre su tendencia a destruir, precisamente, la vida.
El astrofísico y divulgador Carl Sagan, el gran inspirador de esta aventura del saber —su huella está en el SETI, en las sondas Pioneer y Voyager y en el film ‘Contact’— escribió: «La ciencia no solo es perfectamente compatible con la espiritualidad, es una fuente profunda de espiritualidad». La búsqueda de vida en el cosmos, fascinante y acaso quimérica, es un buen ejemplo de esta idea.
Artículo reproducido en la revista ASTRUM #362 (Agrupación Astronómica de Sabadell, junio 2024)